
Su extraña naturaleza puede llevarnos fácilmente a un juicio negativo del film, ya sea por su escasa autonomía o por su hipotético oportunismo (de este lado han venido más bien los reparos). Ambos argumentos son perfectamente asumibles. Sin embargo Fantasma también puede leerse como una reveladora reflexión sobre las vanguardias y sus engañosos artefactos de no-ficción (resulta difícil negar lo idóneo del lugar escogido para el rodaje), una especie de confesión (“desmonten el mito: todo lo que vieron es tan falso como lo que ahora contemplan”) que se atreve a jugar de nuevo -y a convencernos de nuevo- con las mismas artimañas pasadas. ¿Acaso no resulta lúgubre y oscura la imagen de Vargas observando esa cajita de música, con una inocente mirada infantil de fondo? (...) Por algún motivo esta idea no gustó a los programadores de Cannes. Y ahora, en cierto modo, Alonso ha recuperado en su tercer largometraje esa vieja idea, la voluntad de romper drásticamente con cualquier presunción documental. La diferencia es que esta vez no es un plano, sino toda una... ¿película? Una vez más, la sentencia de Magritte: “esto no es una pipa”.
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